Érase una vez en Sarayaku, o la cobarde historia de tres malechores ecuatorianos
Foto original tomada de El Comercio
La comunidad de Sarayaku ha
decidido convertirse, como si se tratara del viejo oeste de las películas de Hollywood,
en uno de esos territorios sin ley donde se hospedan los fugitivos de la justicia.
Cléver Jiménez, Fernando Villavicencio y Carlos Figueroa son los varoniles
vaqueros de esta historia sacada quizá de la mente de John Ford o Sergio Leone.
Sin botas ni sombreros, eso sí, los tres se remontaron río arriba por el
Bobonaso para internarse en lo profundo de la selva de Pastaza y así evitarse
tener que responder por sus deudas con el Estado ecuatoriano.
Estos
tres nefastos cabalgantes sin caballo de la política ecuatoriana hace algún
tiempo presentaron una denuncia contra el Presidente Rafael Correa. Allí lo
acusaron de genocidio respecto a los hechos ocurridos durante el intento de golpe
de estado del 30 de septiembre de 2010. La denuncia no prosperó porque los tres
no tuvieron pruebas que sustentaran las injurias que cantaron sin miedo en la
Fiscalía General de la Nación. La denuncia no prosperó sino que fue declarada
como “maliciosa y temeraria” por el conjuez Richard Villagómez. La denuncia no
prosperó, pero sí les rebotó y se convirtió en una contrademanda por la que
ahora son ellos los que deberán responder por sus actos ante la justicia.
18
meses de prisión para el dúo Jiménez-Villavicencio, y 6 meses para Figueroa,
más el pago de 140 mil dólares como indemnización al Presidente Correa y la exigencia
de que los tres le pidan disculpas públicas al injuriado a través de los medios
de comunicación. Eso es lo que la jueza Lucy Blasio decidió dictar como
sentencia sobre los ahora forajidos.
Entonces,
esconderse fue la única salida que el mentiroso, el malo y el feo, encontraron
para afrontar los resultados de sus tonterías. Villavicencio, de hecho, puso
pies en polvorosa y en unas horas estuvo en Estados Unidos diciéndole a todo el
mundo que era un perseguido político. Los otros dos, que habían asegurado
esperarían impávidos la llegada de la policía para su encarcelamiento (porque,
según ellos, habían hecho lo correcto y no tenían nada que temer), todavía
brillan por su ausencia.
Ahora ya están
los tres juntitos, otra vez, burlándose del país gracias a la decisión de los
representantes del Pueblo Originario Kichwua de Sarayacu de contribuir con su
fuga. Incluso José Gualinga, presidente de la comunidad ha asegurado que su
gente va a garantizar que sean libres dentro de su territorio donde no tienen
ninguna condena. ¿Lo van a garantizar? ¿Cómo lo van a garantizar? La sola idea
me aterra. Indígenas, amparados en el acuerdo con el Estado de respetar el territorio
de los nativos, ocultando a una caterva de calumniadores incluso de la fuerza pública. Lo
que se les olvida a los líderes indígenas y a los audaces renegados es que
Sarayacu está en territorio ecuatoriano y por tanto, pese a los convenios de no
intervención, es totalmente lícito el tránsito de agentes públicos para la captura
de personas requeridas por la ley.
Seguramente los
insufribles opositores de toda la vida se van a quejar cuando los representantes
de la fuerza pública vaya a sacar a esos tres como lo que son: forajidos que
lanzan la piedra y esconden la mano. Porque aunque sus verborreas discursivas
ante los medios eran las de “morir con las botas puestas”, a la primera se
desentendieron del asunto y dijeron que todo lo dictado por la Corte Nacional
de Justicia era ilegal. Incluso la siempre humanitaria CIDH metió sus medidas
cautelares en el asunto (aunque como siempre ha ocurrido con este singular
organismo, la respuesta del Estado ecuatoriano fue soberana y categórica).
Seguro también los medios van a hablar de las libertades de expresión y todas
las que se presenten a sus argucias. Seguro, incluso, que los tres huidizos
bandidos seguirán vociferando sobre la
dependencia de la justicia y toda esa perorata que nadie cree ya. Pero seguro
también, y es lo que el pueblo espera, que tarde o temprano no habrá lugar en “el
viejo Sarayacu” para ocultar la presencia malsana del trío aquel. Por ahora,
que sigan disfrutando de su distorsionada fama con sus caras en el cartel de “se
busca”.