Banderas negras: el fin de la protesta social
Decenas de banderas negras han desfilado por Quito, y a ellas se han
sumado otras decenas en diferentes ciudades del país. Y todas ondeando sobre
los enardecidos alaridos de manifestantes que tienen, camuflado en un sinnúmero
de quejas aleatorias, una sola consigna: que caiga Correa. Sin importar nada,
sólo que caiga. Lo aterrador de todo esto es que la prepotencia de los viejos poderosos
parece no haber terminado ni siquiera con las reiteradas muestras de rechazo
que han sufrido durante estos ocho años.
Algunos todavía se sienten capataces del país, y entonces claro, piensan que es (o debería ser) fácil botar al empleadito ese que está en Carondelet, porque no cumple con lo que ellos consideran los intereses de la ciudadanía. Una ciudadanía muy reducida, claro, una de unas pocas familias acomodadas. Lo curioso es, en medio de todo, que por primera vez tienen que hacerlo por sí mismos. La maniobra esa de confundir, desinformar e indisponer les ha dado un resultado mediocre. No muchos cayeron en el juego de la “defensa del bolsillo de las familias ecuatorianas” planteada por el banquero ese que dice que ya no lo es, porque ahora es emprendedor y ha emprendido la carrera a la presidencia.
Algunos todavía se sienten capataces del país, y entonces claro, piensan que es (o debería ser) fácil botar al empleadito ese que está en Carondelet, porque no cumple con lo que ellos consideran los intereses de la ciudadanía. Una ciudadanía muy reducida, claro, una de unas pocas familias acomodadas. Lo curioso es, en medio de todo, que por primera vez tienen que hacerlo por sí mismos. La maniobra esa de confundir, desinformar e indisponer les ha dado un resultado mediocre. No muchos cayeron en el juego de la “defensa del bolsillo de las familias ecuatorianas” planteada por el banquero ese que dice que ya no lo es, porque ahora es emprendedor y ha emprendido la carrera a la presidencia.
Y entonces ahora resulta que, furibundos sobre sus lujosos autos, algunos ricachones y algunos hijos de ricachones y algunos que no lo son pero lo aparentan bastante bien, han decido “desestabilizar la Revolución Ciudadana” por sí mismos. El problema es que, como toda la vida han estado acostumbrados a que los pobres hagan todo por ellos, no tienen idea de qué hacer. Creen que unos cuántos berrinches televisados y un par de banderas lo van a lograr, y ni siquiera le atinaron al color de las banderas…
Igual que los jóvenes terratenientes, los fascistas de Mussolini, que marchaban sobre Italia con sus camisas negras para frenar el incremento de sindicatos de obreros y campesinos, los de acá se han conseguido un par de cacerolas y, raudos y veloces, se han juntado en la avenida de los Shyris a comparar autos y consignas, para ver cuál es más cool, y a ver si, de paso, logran frenar a la Revolución Ciudadana, que ha decidido ampliar sus esfuerzos en conseguir una redistribución más justa de las riquezas.
Pero a diferencia de los Camisas negras de Mussolini, estos ni siquiera están unidos por una ideología, sino simplemente por un odio caprichoso y desmedido. Nada de lo que el Gobierno haya hecho o esté por hacer (porque así de predispuestos están) va a ser bueno para el país. A estas alturas, estoy seguro de que incluso si Correa renunciara, lo tildarían de cobarde e irresponsable, aún cuando hasta ahora lo que quieran es, precisamente, su caída.
A mí siempre me queda, de todo esto, un sinsabor, porque los medios les dan tapas y buenos horarios a los de siempre, y cuando, ocasionalmente lo hacen a algunos ciudadanos, no es raro escuchar “no sé bien de qué es esto, pero está bonito” o “protestamos por eso… eso que nos afecta… eso, eso de las herencias, no sé qué”.
Mezcla de tendencias, partidos, políticos y ciudadanos con distintas miradas. Un Frankenstein que ni asusta ni camina, de eso se ha tratado la “movilización ciudadana” de unos pocos, los de siempre. Bueno, no de los de siempre, de los que esta vez no tuvieron a un pueblo manipulado protestando por ellos. Quizá eso sea lo único interesante y divertido: ver a los adinerados actuando como proletarios, fingiéndose revolucionarios y hablando de luchas sociales que no entienden ni quieren hacerlo.
Lo demás, todo sobre lo que se pueda debatir, argumentar, discrepar y contribuir no es materia de esta gente, que ni lee las leyes por las que protestan, ni está dispuesta a aceptar que se equivocó y que la gran mayoría, esa que desprecia, sigue fiel a su decisión de seguir con la Revolución Ciudadana.